lunes, 21 de marzo de 2011

Los bosques de Nezahualcoyotzin

Por Rima de Vallbona
Catedrática Emérita, University of St.Thomas
Miembro de la Academia Norteamericana
de la Lengua Española y de la Academia Costarricense de la Lengua Española


Entre otras cosas que hizo [el rey Nezahualcoyotzin] dignas de su fama y nombre fue que alargó los montes, porque de antes tenía puestos límites señalados hasta donde podían ir a traer maderas para sus edificios y leña para su gasto ordinario, y tenía puesta pena de vida al que se excedía de los límites.
Fernando de Alba Ixtlilxóchitl, Historia de la nación chichimeca.

Mientras mis padres y yo recorríamos los pasillos y salones del palacio, para obedecer el mandato de nuestro monarca Nezahualcoyotzin, yo no hallaba cómo confesarles a ellos mi falta. El gusanillo de la culpa me carcomía, pues mi delito de seguro sería motivo suficiente para que el rey nos condenara a muerte... yo la merecía, pero mis padres, ¿qué culpa tenían del agravio que tan imprudentemente había cometido yo esa mañana?

Todo comenzó cuando yo reposaba de las fatigas de esa mañana comiendo mi rica tortilla de maíz, y se presentó en mi jacal un súbdito del soberano con orden de llevarnos a mis padres y a mí a palacio. Los tres nos afligimos mucho y hasta temblábamos del miedo al no saber cuál iba a ser nuestra suerte. Rumbo al palacio, mis padres me reprendían murmurando, y me preguntaban muy angustiados, ¿traspasaste los límites del bosque? Yo, que no, que no, que todo transcurrió como todos los días. Sin embargo, me mortificaba recordar que esa mañana yo había llamado “hombrecillo miserable y despreciable” a Nezahualcoyotzin y me preguntaba si el cazador me había delatado ante las autoridades; empero, no me atrevía a contárselo a mis padres, quienes me habían enseñado a respetar y amar a nuestro rey después de nuestros dioses, porque él era muy sabio y muy justo. Además, desde niño ellos me contaron una y mil veces cómo, a muy temprana edad, nuestro monarca presenció el asesinato de su padre Ixtlilxóchitl por orden del cruel y sanguinario tirano Tezozómoc. Años después, siendo el príncipe heredero por derecho de sucesión, vivió huyendo y escondiéndose de sus enemigos, hasta que con la ayuda de los tlaxcaltecas, chalcas y huexotzincas, recuperó el reino de los acolhúas. Fue así cómo durante el trayecto de mi jacal al palacio me martirizó la culpa, tanto que no me atrevía a confesarla. Mientras seguíamos al guía que nos llevaba en presencia del monarca, rememoré una y mil veces lo que pasó aquella infausta mañana:

_ Hijo, mi plumita de quetzal, mi preciosa esmeralda que llevo incrustada aquí, muy hondo en mi pecho, recuerda los principios que te hemos inculcado _ así me despidió mi madre aquella mañana como solía hacerlo cada vez que yo salía rumbo al bosque a recoger leña _ . Nunca, por ninguna razón, desobedezcas los mandatos de nuestro monarca Nezahualcoyotzin. Y ahora que vas una vez más a traernos con qué encender el fuego, te lo vuelvo a repetir: no traspases los límites del bosque señalados por nuestro rey y señor, porque en ello te irá la vida y también la de tus padres.

Salí aquella mañana muy alegre a cumplir con mi deber de cada día. Cerca de los límites impuestos por la ley real, mientras recogía las astillas dejadas por los leñadores, y ramitas y palitos arrancados de los árboles por los vientos, se me acercó un cazador y me preguntó por qué no me adentraba más allá, donde había mucha leña, de modo que pronto yo podría regresar a casa con una buena carga que nos abastecería por varios días. Como de tanto que me la repetían mis padres, me sabía de memoria la sentencia, le respondí respetuosamente que ni pensarlo, pues el rey nos quitaría la vida. El cazador me preguntó entonces ¿quién es el rey? Yo le respondí, es un hombrecillo miserable, despreciable, pues quita a los hombres lo que nuestro dios da a manos llenas, la vida. También me preguntó cómo me llamaba. Huexolotli, me llamo Huexolotli, le contesté, para servir a Dios, a mi rey y a vos también. El hombre siguió porfiando, y que entrara yo más allá de los límites, ya que nadie se daría cuenta ni se lo dirían a ese “hombrecillo miserable y despreciable”, como llamáis al rey. Sus palabras me hicieron enfadarme mucho y llamarlo traidor y enemigo de nuestro soberano y también de mis padres, pues me aconsejáis algo que podría costarles a ellos la vida. Al escuchar esto último, sin insistir ya más, el cazador se despidió y se marchó con una inexplicable sonrisa. "Hasta pronto", me dijo, y yo me quedé pensando por qué se despedía así, pues lo más posible sería que no nos veríamos nunca más.
Muy angustiados seguimos al mensajero del monarca, quien nos conducía a sus aposentos. Mientras recorríamos los pasillos del palacio, aquello no nos parecía un edificio, sino una enorme ciudad posible sólo en los fantásticos sueños de la noche. Nunca antes habíamos visto tanta riqueza, hermosura y fastuosidad. Por doquier se derrochaba oro, plata, estatuas, pinturas maravillosas en las paredes, entoldados de telas finísimas y paramentos de piel de jaguar, de puma, y otros con bordaduras primorosas de plumas, oro y esmeraldas. Mi padre preguntó al guía cuántas recámaras había en aquel edificio, y “trescientos cuartos abarca este palacio”, fue su respuesta, “pero aquí van incluidos apartamentos públicos para el concilio, la armería, los aposentos asignados a los mandatarios de México y de Tlacopán, cuando vienen de visita, las alcobas particulares del rey, las de su esposa y las que ocupan sus concubinas”.

Aumentó nuestra sorpresa la inimaginable belleza de los jardines que bordeaban esos edificios, en los que las aguas de las múltiples fuentes, estanques y acequias, regalaban al visitante un suave y melodioso susurro que se orquestaba con el trino de pájaros de mil especies. Para despertar más nuestra admiración, el guía nos mostró la llamada pajarera, donde Nezahualcoyotzin guardaba todas las variedades de aves y animales procedentes de los cuatro extremos de estas tierras, incluyendo mares, ríos y lagos. Lo curioso es que aquellos que no estaban ahí vivos, eran reproducidos en oro y piedras preciosas. Además, algunos laberintos muy enmarañados se abrían entre la multitud de pinos, a la vera de las aguas donde el soberano solía bañarse.

Al ver nuestro asombro ante tanta maravilla, el guía nos contó que durante la fastuosa inauguración de esos edificios, el rey recitó un poema compuesto por él, “poema que canta la primavera, en el cual dice: ‘danza y festeja a Dios que es poderoso; / gocemos hoy tal gloria, / porque la humana vida es transitoria’. Acaban los versos prediciendo tiempos de destrucción, aflicción, miseria y persecuciones de nuestros hijos y nietos, ‘pues no hay bien seguro: / que siempre trae mudanza lo futuro’ ”, declamó lleno de orgullo el servidor acolhúa.

_ Sabio, muy sabio es nuestro monarca Nezahualcoyotzin _ comentó mi padre, quien había estado confirmando la verdad contenida en el poema, con movimientos de la cabeza.

_ Sabio filósofo, astrólogo, legislador, poeta y profeta. Sabed que en ese poema nos anuncia que cuando él muera, quedaremos los acolhúas al servicio de extraños, “porque en esto vienen a parar los mandos, imperios y señoríos que son de poca estabilidad”, dijo, y para infundirnos más temores, agregó que entonces los hombres y las mujeres se entregarán a practicar la malicia, deleites nefastos, sensualidad, estafas, robos y borracheras. Bajo el poderío de esos invasores, dice también algo que nadie ha podido entender y es que “llegará el árbol de la luz, de la salud y del sustento para librar a nuestros hijos de esos vicios y calamidades”.

_ De veras _ intervino mi padre _ ¿qué ha querido decir con ese “árbol de la luz”? ¿Se lo han preguntado y qué responde? _ "Nada", fue la respuesta de nuestro acompañante, “no dice nada más, y que él sabe lo que dice y que el futuro lo revelará”.

Mientras recorríamos todas esas maravillas, mis padres comentaban que pese a la mano dura de Nezahualcoyotzin para aplicar la justicia, contaban los súbditos que un día, desde el mirador de palacio, ubicado sobre las puertas de la plaza, el rey escuchó a un leñador que descansaba de la faena del día, decirle a su esposa:

_ El dueño de toda esta riqueza estará harto y repleto, gozando de todos estos excesos, mientras nosotros, los maceguales, estamos aquí agotados y muertos de hambre.

La mujer, temerosa de que alguien lo escuchara y que por enjuiciar al rey, los castigaran, le hizo señal de callarse. En seguida, Nezahualcoyotzin mandó traer a su presencia al leñador con su mujer en la sala de consejo, y ¿qué dijisteis allá abajo, cuando descansabais vosotro dos? Decidme la verdad y sólo la verdad, reclamó el rey. El leñador, temblando de miedo no tuvo otra salida que confesar todo lo que dijo.

_ Más vale que no volváis a murmurar contra vuestro rey y señor natural porque las paredes oyen _ fue el comentario de Nezahualcoyotzin _ . Antes de hablar contra él, considerad cuánto pesan sobre él los negocios y asuntos que carga, el cuidado de amparar, defender y mantener en justicia un reino tan grande como el reino acolhúa.

Tan pronto lo dijo, llamó a un mayordomo para que le obsequiara a la pareja cierta cantidad de fardos de mantas, cacao y otras vituallas. Al entregárselas, les dijo que aquello les bastaría para vivir cómoda y felizmente, mientras él, su monarca y señor natural, cargado de tantas complicadas gestiones y empresas, pese a que a sus súbditos les parecía harto y repleto, no tenía nada, porque todo aquel esplendor y riqueza no le pertenecía a él. Al despedirlos, agregó: “sabed que esto que veis no me pertenece; el dueño es el Estado y no otro... Y recordad que todo en esta vida es prestado y que en un instante hemos de dejarlo, como lo hicieron los otros señores que os gobernaron, como lo dejé dicho en “Xompancuícatl”, mi canto de primavera”.

_ ¿Ves, hijo mío, cuánto pesa en los grandes la gloria del poder? _ Me dijo mi padre cuando el guía hubo terminado el relato.

_ Eso no es todo _ intervino de nuevo el guía _ . Hay multitud de historias que denotan la grandeza y sabiduría de nuestro rey. Una de ellas trata del cazador que un día no lograba cazar nada para su sustento. Un mancebo vecino suyo, al verlo tan afligido, en son de broma le dijo que flechara su miembro viril y quizás entonces acertaría mejor; el cazador estaba tan afligido que decidió probar la puntería en la parte impúdica del otro, y lo hizo con tal acierto, que el bromista cayó dando gritos de dolor, por lo que al cazador lo llevaron preso a palacio con el herido. Al ser informado de lo sucedido, Nezahualcoyotzin mandó que el cazador curase al herido, y si sanaba, que quedase de esclavo de la víctima, o que pagase su rescate; el cazador escogió esto último y salió libre.

Mi padre, quien tiene un amor incondicional por nuestro soberano, aportó datos de lo misericordioso que Nezahualcoyotzin es; tanto, que desde su mirador todos los días observa a los pobres en el mercado; cuando éstos no pueden vender su mercancía, el rey se niega a sentarse a la mesa a comer, hasta que sus mayordomos vayan a comprarles todos sus artículos a precio doble de su valor, y los den a otros también necesitados.

_ Hay que añadir a eso que se pasa dando de comer y vestir a los lisiados de guerra, viudas, huérfanos y a cuanto necesitado hay en este reino _ continuó contando nuestro guía _ . En esto se gasta la mayor parte de los tributos que el senado le otorga.

Impresionado con tales relatos, yo expresé a mis padres mi deseo ardiente de ponerme al servicio de mi monarca.

_ Hijo mío _ me explicó mi padre _ pronto llegará el momento en el que os integrarán en las filas de sus ejércitos, destino ineludible de todo acolhúa, para defender el reino o expandirlo. Así, para que seas un buen guerrero, te conviene practicar mucho la puntería con arco y flecha, como los manejamos los hombres maduros que ya hemos servido en el ejército.

_ Pero yo no deseo ser guerrero, padre, porque no quiero matar _ repliqué de inmediato _ . Mi interés consiste en crear, crear y sólo crear... crear edificios, crear poemas, crear imágenes de bulto... Los guerreros son el revés de la creación porque su único fin es matar... _ Mi padre me hizo callar con un pellizco en el brazo.

En ese momento llegamos a la sala de consejo, donde nos esperaba Nezahualcoyotzin, quien, después del saludo obligado, para mi sorpresa, dirigiéndose a mí, me reprochó sonriendo:

_ ¿Así es que yo soy un hombrecillo miserable? _ Yo palidecí y comencé a temblar, pues sus palabras hacían realidad mis temores de que el cazador se lo hubiese dicho. Después de una pausa durante la cual mis padres me dirigían miradas inquisitivas y durante la cual mi corazón se me salía del pecho, por lo que se me hizo interminable, mi rey aclaró:

_ Has de saber, Huexolotli, que yo era el cazador que te habló esta mañana _ . Yo, tartamudeando, "¿que vos erais aquel cazador, al que yo os dije cosas muy feas de vos?" Sonriendo, él hizo un gesto elegante como diciendo que eso no importaba y siguió con su plática, mientras mis padres estaban boquiabiertos.

_ Cuando salgo a cazar me disfrazo para que nadie me conozca y pueda gozar a solas conmigo mismo del paisaje que es parte de este inmenso y maravilloso proceso de la Creación. Ahí, en ese verdor, medito y pido a mi dios invisible y todopoderoso que me ilumine para reinar con justicia y amor; también le ruego por la victoria de nuestros valientes guerreros cuando estamos en guerra. Ahí, en ese fecundo verdor, también concibo mis poemas, los cuales han sido tan aplaudidos por mi gente...

Inadvertidamente me puse a recitar en voz alta unos de sus versos, los cuales el sumo sacerdote nos declamó una vez. Me impresionaron tanto, que los guardé intactos en mi corazón: “Yo tocaré cantando / el músico instrumento sonoroso. / Tú de flores gozando, / danza, y festeja a Dios que es poderoso; / oh, gocemos de esta gloria / porque la humana vida es transitoria...” Sin dejar de sonreír, "¡ah, conque recitáis mi poema!", Nezahualcoyotzin exclamó. "Veo que os gusta la poesía y sabéis entonarla". "Sí, me gusta mucho, y la música también, y pintar", le contesté, mientras mis padres no hacían más que hacerme señas de callar.

_ Bueno, sigamos con lo comenzado: yo me disfracé de cazador, te encontré en el bosque, platicamos, y mi pequeño Huexolotli, ¿sabéis que sois para mí todo un poema humano? Auguro que crecerás para ser alguien en mi reino, pues hoy me habéis dado una lección de sencillez, fidelidad y obediencia. La forma como defendisteis mis leyes y mi autoridad, ameritan que os premie ampliamente _ . Para nuestra sorpresa, y creyendo que lo que él decía, era más bien un vituperio, mientras mis padres por lo bajo me reprendían, y cuando esperábamos escuchar la fatal sentencia de boca del monarca, éste dio órdenes a su mayordomo para que nos obsequiara unos fardos de mantas, mucho maíz, cacao y otros regalos. Sin perder tiempo, siguió con su perorata:

_ La lección que me disteis, pequeño, me ha llevado a dar órdenes para que quiten los límites hasta ahora establecidos en los bosques y que todos puedan entrar en los montes a recoger maderas y leñas, con la única condición de que si alguien corta un árbol que esté en pie, se le dé pena de muerte. Además, a partir de hoy, os doy permiso para que vengáis a mis palacios a amistar con mis hijos y aprender bajo la tutela de los sabios tlamatinime.

A ellos, a esos mis maestros-tlamatinime, hoy debo mi saber artístico que ha hecho de mí un tlahcuilo-pintor-escriba. Con tinta negra y roja yo trasmito a la posteridad, en múltiples páginas, signos y símbolos, con la sucesión de los heroicos hechos de los acolhúas; también tengo el privilegio de dejar estampados en papel-maguey los bellos poemas de mi sabio rey Nezahualcoyotzin.


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"Los bosques de Nezahualcoyotzin" es un relato que pertenece al libro de la autora. Es inédito y se titula Señales y presagios del pasado azteca – relatos históricos, el cual será publicado durante el 2011 por la Editorial Costa Rica.

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