lunes, 28 de febrero de 2011

Ricardo Piglia: El complot como imagen literaria contemporánea del sujeto acongojado por la política de Latinoamérica

Por Michelle Roche Rodríguez

El sujeto de las sociedades contemporáneas, aquejado por la tragedia individual que resulta de los fracasos políticos, percibe su suerte como enfrentada a una telaraña invisible de intrigas. Es sobre esta metáfora del complot que Ricardo Piglia constituye su más reciente libro, Blanco nocturno (Anagrama, 2010), en el cual propone una evolución desde la narrativa policial hacia la épica y propone una nueva interpretación literaria de los efectos de la política latinoamericana sobre los individuos que rige.

En su reciente libro, precedido por las novelas Respiración artificial (1980), La ciudad ausente (1992 ) y Plata quemada (1997), Piglia buscaba expresamente acercarse a la épica a través de las agudas experiencias de sus personajes. Así lo dijo a Literal: Latin American Voices, durante una entrevista en la reciente edición de la Feria del Libro de Guadalajara

—“Debemos tratar de escribir novelas que pongan a los lectores frente a personajes que nos den una dimensión de la experiencia mucho más profunda, dramática e intensa”, apuntó entonces.

Pero en Blanco nocturno el escritor nacido en 1940, en una provincia de Argentina llamada Adrogué, trasciende los géneros. No sólo crea una historia policial al comenzar la anécdota con el crimen que investiga el extravagante detective Croce, sino que se acerca al héroe clásico en la caracterización del correcto Luca Belladona y pasando desde del género policial al épico, una característica que hace singular a su cuarta novela.

La novela empieza con la investigación del asesinato de Tony Durán, un misterioso puertorriqueño enredado con las gemelas Belladona, “hijas y nietas de los fundadores del pueblo”. El detective Croce descubre al asesino a sueldo, pero es en la acontecida búsqueda del autor intelectual del crimen donde se prefigura la red de traiciones que envuelve a la acaudalada familia.

El lector no tardará en emparentar al investigador de la pequeña provincia de Buenos Aires con el Auguste Dupin de Edgar Allan Poe o con el Hércules Poirot de Agatha Christie. “La invención del detective es la clave del género”, apunta en su ensayo El último lector (2005) Piglia, para quien este personaje es un “nuevo Hamlet que (…) encuentra en el espacio de la lectura y el desciframiento un modo de salir del mundo arcaico” y “entrar al universo de la pura razón”. Al igual que el Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle, Croce comete extravagancias, como mandar cartas anónimas para promover chismes o encerrarse en un manicomio para pensar—“de vez en cuando hay que estar en un loquero, o hay que estar preso, para entender cómo son las cosas en este país”, se le lee decir en Blanco nocturno—. Su excentricidad es la fuente de su agudeza, pues la separación de su comunidad le permite la lucidez necesaria para “ver la perturbación social, detectar el mal y lanzarse a actuar”, según escribe Piglia en el citado ensayo. Por eso Croce descubre que no descubrió nada y que se enfrenta aun complot cuya trama nunca podrá develar completamente, como se lee en su amarga reflexión: “no es cierto que se pueda restablecer el orden, no es cierto que el crimen siempre se resuelve… No hay ninguna lógica. Luchamos para restablecer las causas y deducir los efectos, pero nunca podemos conocer la red completa de las intrigas”. Con esta introspección el detective de Piglia desafía a los tradicionales, cuyo triunfo radicaba en demostrar la supremacía de la razón y los métodos deductivos sobre lo que Raymond Chandler llamaba “el mundo profesional del crimen”.

La pista de un maletín lleno de dólares signa el cambio del género policial al épico, al abrir la posibilidad de un personaje de la tradición clásica. Emparentado con Edipo o Perseo, Luca Belladona se empeña en la proeza mantener su fábrica de automóviles, aunque tiene todo en contra. “Era el único hombre que conocían en el pueblo y en el partido y en la provincia (…) que se había aferrado a una ilusión, o mejor a una idea fija, y el empecinamiento lo había llevado a la catástrofe. Desconfiaban de él y consideraban que esa decisión de no vender [la fábrica] era una actitud que explicaba todas las desgracias que le habían sucedido en la vida y explicaba también que hubiera terminado aislado y solo, como un fantasma, en la fábrica vacía, sin salir nunca y sin ver casi a nadie”, se lee en Blanco nocturno. Su profundidad épica se evidencia en el dilema al que se enfrenta cuando intenta reclamar los dólares que su padre había mandado a traer con Durán desde Estados Unidos y que estaban en el maletín que apareció en la escena del crimen. Se le presenta con grosera simpleza durante el juicio: si aceptaba que el asesinato lo había cometido Yoshio Dazai, un amigo del puertorriqueño a quien el juez Cueto había inculpado arguyendo un ridículo móvil pasional, el caso quedaba resuelto y Luca recuperaba el dinero que necesitaba para salvar su fábrica. Pero, si no afirmaba la culpabilidad del japonés, el caso seguía abierto y la evidencia permanecería incautada durante años, como prueba del delito.
En la disyuntiva aparece la urdimbre de un oscuro complot cuya investigación asemeja una cacería nocturna, en la cual por más pistas que se encuentran, nunca se puede dilucidar completamente la magnitud del entramado, pues al arrojar luz sobre unos aspectos se ensombrecen otros. A esa imagen remite el título del libro según lo explicado en el capítulo diez, cuando Croce y el periodista Emilio Renzi –el personaje del escritor típico de las novelas de Piglia— atravesaban el llano en un automóvil con la lámpara captahuellas encendida y “de pronto vieron una liebre, paralizada de terror, blanca, quieta en el círculo iluminado, como una aparición en el medio de la oscuridad”. La investigación estaba perdida desde que comenzó: era un blanco nocturno, un hombre enfrentado a un complot urdido en la oscuridad.

Articular su obra sobre un complot que ilustra la minusvalía individual frente a la corrupta maquinaria política es un acierto del autor que acerca su prosa a la reflexión política. Durante la conversación con Literal, el profesor de literatura hispánica en la Universidad de Princeton enfatizó que considera a la intriga como la estructura que mejor ilustra la percepción que tiene el sujeto del entramado comunitario en el cual vive: “Las grandes crisis económicas producen tragedias en los individuos que ellos mismos no entienden, porque eso les parece un mundo oscuro y se imaginan un complot destinado a destruirlos personalmente”. Blanco nocturno, de esa manera, trasciende de nuevo las fronteras de la novela policial, pero esta vez no sólo hacia la narrativa épica, sino hacia el ensayo político. “La literatura policial es también política, a pesar de que no sea explícita la relación; aunque uno no sabe quién era el gobernador en la época de Chandler, puede percibir bien la relación entre corrupción, dinero, poder político y las estructuras policiales de la época”.

El interés de Piglia en la política se circunscribe a sus efectos sobre la vida cotidiana y por eso prefiere el punto de vista del hombre común atrapado en la telaraña de mentiras burocráticas, como Luca Belladona. De esa manera, la novela enuncia un análisis de la historia política argentina, no con la grandilocuencia que Piglia critica de la Literatura del Boom, preocupada por la descripción de brutales dictaduras desde sus gobernante, sino por la anécdota menuda que permite al lector contemporáneo identificarse con los conflictos de los argentinos de principios de los años setenta que describe el libro. “Es difícil hoy, por suerte, dar una respuesta única a qué relaciones hay entre política y literatura. En otra época decíamos que eran novelas que investigaban al poder, pero se trataba del poder político explícito y hoy tenemos una relación con el poder distinta”, explicó el autor al referirse a las relaciones la tradición literaria latinoamericana que lo antecedió y de sus propias obras con la política.
A través de la unión de lo policial, lo épico y el ensayo político, este escritor—para quien “lo único que define a la novela es ser una narración con personajes distintos a los de la tragedia, pues en esta última los personajes responden a un destino, a una tradición trascendente y hablan con los dioses sin entender bien sus mensajes”— excede la tradición de las letras latinoamericanas y se inserta en las heterogéneas tendencias posmodernas.

No es la primera vez que Piglia intercala géneros, según explica ha trabajado con “novelas conectadas con discusiones ensayísticas, como Respiración artificial, y con otras que son una circulación por relatos, como La ciudad ausente”. La diversidad de géneros que expone en Blanco nocturno evidencia su credo literario, según el cual la hibridez es el espacio por donde “están pasando las cosas más interesantes que se están escribiendo ahora en América Latina y Estados Unidos”.

Blanco nocturno, al estructurarse sobre la metáfora del complot, constituye una evolución desde la novela policial hacia la narrativa épica lo cual puede apreciarse a través de los personajes del peculiar detective Croce y el apacible Luca Belladona y ambos, el primero oponiéndose al sistema y el segundo que desconoce a qué se enfrenta, terminan enredados en la misma telaraña de intrigas políticas. Por eso, al finalizar la novela al lector le atacará la inquietante certeza de que, en los estados manejados por los bárbaros, los sucios cordeles que mueven las pugnas entre los hombres no sólo son invisibles sino inevitables.

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